Las estaciones de mi bella ciudad no son muy disímiles, pareciera que el sol luminoso se encargara de apaciguar los malos pensamientos y gobernar los 365 días del año. En mi amado puerto , la constante reinante es un eterno verano ; cálido; amable; acogedor y alegre. Aunque la delincuencia sea esa intrusa, y sin ningún preámbulo de dar su retirada del campo de batalla. Estoy feliz, porque sólo en este lugar se vive la navidad de una manera muy particular.
El glorioso se viste con aires navideños, las calles desfilan magníficos carros alegóricos y comparsas coloridas hasta altas horas de la madrugada. En cualquier momento, se escuchan a lo lejos, interrumpiendo la siesta o la novela con el bronce y los lakas entonando conocidos villancicos. Las penas del año se refugian en el baúl de los recuerdos y el corazón respira un Iquique libre, festivo, danzante, soñador, nostálgico y vivo. Un aperitivo antes del año nuevo, aunque genere una relación de amor y odio entre los nuevos habitantes del puerto.
A diferencia de generaciones pasadas, las cuales se acostaban temprano y esperaban el amanecer para abrir regalos como un camión de fierro forjado, soldaditos o una muñeca de trapo. Desde muy niña, como si fuera ayer, toleraba hasta altas horas la dulce espera de la noche buena. Pero lamentablemente mis intentos por conservar los ojos bien abiertos fueron siempre interrumpidos por el cansancio de los juegos con mis amigos de mi adorado barrio El Morro. Corríamos todo el santo día detrás de los pascueros, unos eran de la Zofri y otros de las pesqueras. Éstos ultimos competían con una tremenda estructura semi articulada. Imposible olvidar el «Alf», el «Pony», «dinosaurio» y el «Optimus Prime». A las 2 de la madrugada, me asomaba a mi balcón y descubría el gran secreto de navidad, el viejito pascuero sí existe. Escarcha roja esparcida se encontraba en ese balcón del block, la noche estrellada anunciaba sin lugar a duda el velo de grandes noticias, y mi sentir navideño era tan inmenso como el mar que tranquilo nos baña. Despacito y cautelosa me dirijía a la puerta y encontraba por la parte trasera, la bota navideña tejida por la abuela. En su interior, el traje de baño calipso «Catalina» de mis sueños. ¡Dios bendito!, el viejito vino a visitarme y no pude darle las infinitas gracias. Pensaba, como un hombre tan famoso podría atreverse e ingresar a mi humilde morada. En fin, estaba feliz, la somnolencia había desaparecido por completa y solo contemplaba mi hermoso traje de baño. Había pedido una barbie verdadera también, pero sólo me llegó una falsa, con la cabeza a punto de desprenderse. La ignoré y no me afectó en absoluto porque tenía el traje de baño más lindo del mundo.
Este maravilloso recuerdo abre mis alas completamente, no existe la pena y el desazón en mi corazón por la partida de mi abuelita y mi papá. Estar cerca de los míos es el mejor regalo que pude haber recibido, es por eso que he preparado con mucho afán una linda mesa larga , quiero que este día se vista de gala, sea testigo de risas; abrazos apretados; confesiones sanadoras; reconciliaciones; cantos y el batir de las copas. Los regalos y obsequios detallan un manifiesto simbólico, lo realmente importante y perenne es vivir en familia y con los amigos. Y bajo el alero de este sentimiento ; solo quiero decir. ¡Gracias padre celestial por tanto!, la navidad como todos los años será con los cariños verdaderos y desde de esta vereda les mando a todos un fuerte abrazo iquiqueño.
¡Feliz Navidad!
Sonia Pereira Torrico