Está amaneciendo, voy a la escuela en la jornada de la tarde. Igualmente me duermo temprano, me la paso jugando en la calle todo el santo día. Me faltan horas para completar los juegos, sobretodo el luche y la escondida.
Me gustaba escuchar el batir de las olas, el aroma a pan tostado con mantequilla y escuchar la voz del señor Antonio Sabat en la radio mundial. Mi barrio era el Morro, cuna de carnavales, artistas y deportistas. Común escuchar de esquina a esquina, el avísale y el avisándole, también un par de combos que después terminaban amistosos en un bar como los mejores amigos. Mamá terminaba de limpiar la cocina, revisar los porotos remojados del día anterior y los ingredientes faltantes para preparar el almuerzo. Mientras sorbeteaba el tecito de mi plato, mamá ordenaba comprar una verdura surtida y un jugo yupi en el almacén de la señora Doris. Insistía mamá que lo anotara en la libreta y que de pasada podía elegir una par de pastillas media hora o un sapito. Ya estaba terminando mi tecito, y en la radio tocaban una canción del grupo «Bravo», (lady lady se pinta los ojos de azul). El estribillo me lo sabía de memoria , como también el grito de la niña Soledad para ir a jugar a la niña María o a la ronda de San Miguel. Fui por el mandado al almacén ubicado en calle Souper. Luego seguí jugando con los chiquillos en una mañana fresca y abrigada de marzo.
El olor a pesquera transmutaba todos los rincones, así como el ruido de algunos vehículos. Estaba acostumbrada a estos sonidos, ladridos de perros, el grito del vendedor de Soprole y aullidos de lobos marinos. Me quedaba suspendida en los turrones del puerto, y los 21 cañonazos de año nuevo. ¡Paf!, era marzo y faltaba demasiado para llegar al último día del año. No obstante, faltaba una hora para la sirena de las 12, y desde el Colectivo O’Higgins se expandía por toda la rada. Desde el peñón del sector sur, calle Pedro Prado con Los Molles ( hoy Salvador Allende con Santiago Polanco), se emitía otra sirena, realizando el mismo objetivo, anunciando el mediodía, los incendios, el año nuevo, las 12:10 del hundimiento de la corneta Esmeralda, todo bajo la supervisión de bomberos.
Las sirenas formaban parte del inconsciente colectivo en mi amado puerto, nadie se quejaba por el bullicio o el estruendo desde el puerto hasta Playa Brava. ¡Oh!, 1, 2,3 por mí y todos mis compañeros, fue mi última frase antes de la sirena del mediodía, corría despavorida a mi casa, ya que debía bañarme, colocarme el uniforme del colegio, almorzar los porotos con rienda y ver un poquito del Festival de la Una.
Esta alarma llegaba a la cita todos los días, sin generar molestias entre artistas y parroquianos. Mismo sentir para los ensayos de los bailes de la tirana, las bandas para el 21 de mayo y el «tira pastilla viejo cagao» en Navidad. Después con la crecida de la población, se fueron perdiendo paulatinamente estás tradiciones y costumbres. Hoy sólo quedan las memorias y los recuerdos, desde el Colectivo O’higgins hasta el Peñón, dónde florecía la vida de barrio en el casco antiguo y la emergente vida urbana en las casas bonitas de Playa Brava.
Fotografía: Beto Gárate García
