Pretender ser presidente de Chile es un derecho inherente a la cívica establecida. Tal pretensión puede justificarse con buenos propósitos, como altruismo en vías al mejoramiento del sistema administrativo, pero, también obedece a intereses partidistas acordados, estratégicos y personales, para la obtención de beneficios. No hay presidente que presuma de no cojear de esta patita y la prueba elocuente es que, una vez concluido el período presidencial reciben un sueldo vitalicio. Entonces ¿dónde quedan los intereses sublimes y colaborativos hacia el país?
También existen adjudicaciones de dinero a un cierto número de exonerados políticos, siendo el estado chileno el que absorbe esta salida monetaria.
Ni presidentes ni funcionarios ministeriales, diputados o senadores, tampoco los constituyentes, simplemente ninguno quiere hablar del tema que, alude a algunos y atañe a otros. Ante esto, no hay derecha ni izquierda, ni centro político ni nada. Nadie quiere mencionarlo y si alguien llega al pronunciamiento, todos hacen oído sordo, puesto que a ninguno le conviene. Ante esta arbitrariedad sostenida por la inconsistencia de leyes, todos los beneficiados bailan la misma cueca y tocan la misma guitarra, cumpliéndose a cabalidad la tan bullada transversalidad. Esta imposición regulada no es conveniente para la economía nacional, es esquiva a la racionalidad consentida y contraria a la equidad laboral.
¡Señores parlamentarios, no miren para el lado! La comodidad en sus asientos es placentera y el ingreso permanente en sus bolsillos un privilegio.
Llegó la hora para que los constituyentes pongan en tabla la materia. Si realizan una consulta ciudadana, con toda seguridad se oirá claramente la voz del pueblo y el pueblo no quiere privilegiados ni vacas sagradas. El mérito no es gratis, tiene principio y final, pero, vivir a expensas de un sueldo vitalicio no solo es exagerado sino vicioso, contaminante, contraproducente y abusivo.
Esta es la cara de aquellos que pregonan un Chile mejor y sostienen la mano abierta para recibir el dinero que pertenece a todos, en particular a las nuevas generaciones, quienes heredarán estos baches en el camino de un mejor desarrollo, a menos que pongan atajo a la brevedad aquellos que tienen facultad para hacerlo, pero no quieren, y suelen alentar cortinas de humo desviando la atención de temas radicales como este.
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