Hoy quiero empezar desde aquellos domingos maravillosos de mi niñez, cuando sabía con certeza que iríamos al desfile, una tradición, una institución más de mi Chile querido y de mi amado Iquique. Antes de escuchar las marchas de las bandas, había que cumplir en casa. Mi hermano, el Toño, era más pequeño, pero igual me ayudaba a limpiar los vidrios.
¡Qué maravilla era ese domingo!, pura ilusión. Añoranza, porque estaba viva mi mamá. Estábamos todos juntos, en familia. Sin embargo, mientras escribo me invade una tantita pena, porque me he distanciado de mi norte durante varios meses, trabajando por mis sueños.
Quiero detenerme aquí. Disculpen el giro del tema, pero todo se une… los sueños.
¿Cuáles eran los sueños de nuestros tatarabuelos, abuelos y de nuestros padres? Principalmente de nuestras mujeres del clan, esas que sostuvieron la vida en medio de la dureza del desierto.
¿Qué soñaban ellos? Algunos llegaron desde la Cuarta Región, otros desde el sur, donde la pobreza expulsaba a su gente. Vinieron atraídos por la promesa de oportunidades, porque en el desierto estaba el oro blanco, el salitre. Tarapacá fue el verdadero erario de Chile. De aquí brotó la riqueza que sostuvo al país entero y, sin embargo, muchas generaciones actuales lo desconocen. No saben que debajo de este sol abrasador hubo sueños encendidos, vidas enteras entregadas, familias completas que se jugaron todo por un porvenir.
Y desde el alma de esta futura profesora, que se ve reflejada en su propio espejo, pienso en los sueños de aquellos hombres y mujeres, y también en los de los niños que jugaban en las polvorientas calles de las oficinas salitreras, Humberstone, La Noria, Mapocho, Iris y tantas más. Muchos de esos sueños quedaban estancados, atrapados en un sistema injusto, donde les pagaban con fichas válidas solo en la pulpería. Sin embargo, endulzaban los días con lo más fuerte que tenían, la unión familiar.
Encontraban alegría en lo sencillo, en el deporte, en las fondas, en la filarmónica, en los bailes de la época. Eran formas de distracción, sí, pero también verdaderos actos de resistencia. Padres que entregaban la vida en jornadas interminables, porque no existía un código del trabajo, porque todavía faltaban años y huelgas para que la justicia laboral comenzara a abrirse camino.Con lo poco, con lo mínimo, lograban levantar un mundo inmensamente grande para quienes amaban. Padres que tras largas horas de trabajo, pasaban por la pulpería para llevar una coliza o un dulce a su familia. Y esa familia los recibía abriendo los brazos para acogerlos como al héroe del día.
Saben,y con esto termino, es emocionante escribir este texto mientras resuenan los acordes del «cachimbo de Tarapacá», donde la reina es «Si vas para Chile». Debe ser que Chile no es solo un país, es música, poesía y sueños encendidos.
Sonia Pereira Torrico
Fotografía: Hernán Pereira Palomo
