Los días de fiesta en virtud de la Chinita me alcanzaron desde el día uno. La entrada de pueblo ya había marcado una huella imborrable en suelo tarapaqueño. El bombo tiraneño aún retumba en mi pecho hambriento, de él no puedo escapar indefectiblemente del lugar, toda vez me encuentre más allá de la frontera, descascarando una papaya o contemplando una añañuca. Los aires tiraneños pululan en los rededores del templo, a luca, a luca grita a rabiar la memoria emotiva de décadas atrás. Humedecí cada recuerdo con un refrescante jugo de mango con naranja. Niña me siento en tenaz crecimiento, de la mano del tío calichero y guía por este inexpugnable desierto. Detrás del velo de cristal, los paisajes áridos nutren mi bienestar. No necesito nada más, que mis ojos y la profundidad de este sueño con volver a casa muy pronto.
Por calle Comercio, es menester la primera parada, engullir una deliciosa empanada y abrigar la tripa con cebolla y carne picada. El viaje se detiene a paso lento, son muchos los peregrinos que acuden al pueblo, sin embargo, la ardiente paciencia se convierte en una proeza en dirección a la virgen del Carmelo. Fervor y un sentimiento encendido, lágrimas a borbotones caen al suelo, me embarga la emoción , la poesía se escribe para los pueblos, los mineros, los pampinos, la justicia y la fe en territorio chileno. Millares de familias cruzaron en el pretérito desierto más árido del mundo para prosperar en el futuro esplendor, la crisis económica azotaba las bocas y los bolsillos, los niños había que alimentar, y el frío había que arropar.La fuerte migración de peones desde la zona central del país a los territorios salitreros le dio una dimensión más masiva, en la medida en que se convertía en un referente para la religiosidad de los obreros del salitre, enfrentados a un territorio absolutamente distinto a su lugar de origen. Por las calles laterales, las diabladas se lucen con raso, plumas, lentejuelas, botas y pasos contagiosos al unisono de la partitura del bombo y la caja en movimiento.
Es genial la fusión, te largas a bailar con pasión, sin miedo al ridículo, sin miedo a que te vean, aquí estamos desnudos, somos todos unos niños de pecho. El pecho arde, por dios que arde, como los rayos asomándose tempranamente por los cerros, que hermosura la chusca pampina y la inyección de amor de mi gente nortina. Adiós al desfile de borrachos, bienvenida a las familias que hacen manda con recuerdos, pañuelos, cintas, cirios y pancitos a los feligreses que tienen más cerca. Unas chiquillas ligeras de ropa desafían la festividad con las curvas del modelo neoliberal. El mercado se regula sólo, cada perro con su propio hueso, pasó sin pena ni gloria el desfile, se mantuvo la fe y la unión familiar en medio del revuelo. Iba con mi hermana Alicia de un lado a otro, buscando polulos, verduras o carbón para prender una parrilla. En medio de la juerga, brincabas con los diablos sueltos, saludando a los morenos y al sol de invierno. Me acosté tarde ese día, bailando detrás de un bronce y ensayando el baile para el otro día. Aquí se vive en completa libertad, dices pupo, calato, ombligo, a tota y te responden como si se hubiese detenido el tiempo. Mis mejillas se enrojecen como frutillas y mis manos se resecan, creo que me permito el rayo cubriendo mi humanidad, con tal que habite y no inicié el éxodo a otro lugar. En medio de la ventolera, aparece la tía Pamela, sacando fotografías y comprando pulseras bendecidas. Le acepté una, aquí la traigo unida a mi muñeca y a los sueños que recién empiezan a volar. No necesito nada más, aquí respiro en completa comunión con los cariños verdaderos. Aquí corroboro una y otra vez que la familia es lo más importante del universo.
Y es la Chinita quien nos reúne cada 16 de julio en su presencia. Ha comenzado la procesión, las letras del grupo Calichal calan ondo como una oración de amor . Amigos danzantes me elevan el saludo, yo sé los devuelvo y sigo mi rumbo. Las horas de sol se van disipando, un grupo gitano viene bailando, anunciando los votos a «San José», el «Cristo» y la «Virgen del Tamarugal», que hermosa es la chinita dios mío, hasta aquí siento el halo de su protección. Me quedo embelesada y hechizada de su presencia, aquí me siento protegida y amada en demasía. No quiero despertar de esta epifanía, los desiertos se apoderan de mis pensamientos y preciso seguir a la protectora de los cargadores. Aparece la silueta de mi hermana para advertirme que la entrada a la explanada está a punto de comenzar. Se abren los caminos, los cánticos rejuvenecen a las almas olvidadas. El tiempo se detiene, el hoy es un milagro en medio del desierto. Cada imagen cobra vida con la fe y el permiso de creer. Aquí somos todos hermanos indistintamente del color, la raza y sillón económico.
Protección queremos, fidelidad te daremos, la lealtad es importante, porque deviene de nuestros ancestros. La helada de la madrugada se asoma por mi cabeza, los dedos de mis manos comienzan a encoger. Un cafecito reconforta este infortunio, el cual va desapareciendo con la presencia de los peregrinos. Entre todos nos damos calor, amor y una sonrisa de esperanza en medio de la explanada. La procesión está llegando a su fin, el frío es parte del olvido, el perdón cubre está noche mágica y sólo abro bien los ojos para agradecer de ser madre, narradora y nortina.
Sonia Pereira Torrico
Fotografía: Hernán Pereira Palomo