Comenzaron las esperadas primeras vacaciones del año, me refiero a «Semana Santa», cuyo viernes silente se ve opacado por la entrega de huevos de Pascua y la subida al cerro Esmeralda.
Como niña me llamaba profundamente la atención, la ascensión a los 600 metros , una tradición iquiqueña así como la Quema de Judas por estas fechas. Tantos elementos para la realización de un viaje familiar cargado de memorias , como la de Esperanza que aguardaba el cese de la lluvia, para subir y recoger las plantas en tiempos del Iquique de los techos planos.
En los 90, al llegar a la línea del tren se visualizaba la ciudad desde lo alto, y ya no era la ciudad de los techos con cachureos, los elefantes habían llegado con el olor a progreso , para quedarse y acompañar al dragón dormido. La ciudad había despegado desde el ex aeropuerto hasta más allá de Playa Brava, los despachos fueron remplazados por los supermercados y la costa se mantenía poblada de restoranes y el incesante batir del oleaje.
Ascendíamos cantando «Vamos con alegría Señor, cantando, vamos con alegría Señor, los que caminan por la vida Señor; sembrando paz y amor». Un poco de agua y el viento agitado por un ramito del Domingo de Ramos ayudaba a hombres, mujeres y niños alcanzar la cruz del cerro Esmeralda.
Unos jóvenes de la YMCA tomaron de mi mano para concluir la segunda parte y final de la travesía del año. Sin percatarme, mi hermano menor se había desplazado rápidamente frente a nosotros, perdiéndole el rastro entre el gentío y lo empinado del camino. Le advertí a mis nuevos amigos que siguieran la ruta , yo prefería esperar a mis padres que venían caminando varios metros atrás. Faltaba la mitad de las estaciones por la cual recorrió Jesús, la cruz aún se veía muy distante. Sin embargo, un puñado de luces y cánticos refuerzan el ánimo glorioso de los fieles peregrinos. Devuelvo la vista para la inmensidad , simplemente maravilloso, me sentía poderosa desde este altar natural e inhóspito llamado Cerro Esmeralda. ¡Vamos hija! asiente mamá. Mis mejillas ruborizadas delatan el cansancio acumulado y las pulsaciones se aceleraron a mil por hora como el Longino de los pampinos. Oh! ¿dónde está tu hermano menor?, preguntó papá. Perdí su rastro , pero debe estar en la cruz, contesté enérgica. Ok!,sigamos entonces replica papá. La algarabía iba mermando poco a poco y la quietud de los nortinos se hizo presente en la última estación. Representa el deceso del hijo de Dios, la muerte y pasión de Cristo toca mi corazón y me envuelve en una atmósfera sublime y celestial. Una buena mujer me facilita una vela encendida y en cuestión de segundos , me convenzo que he llegado a la cima La vista era asombrosa, la ciudad puerto descansaba entre el puerto, la plaza arbolada, elefantes, luces de neón, vehículos y hoteles por montón. El reloj del cerro, era el único testigo del recogimiento de los peregrinos.
Algunos curiosos subían por lo entretenido de la aventura y la pausa consistía en probar un pancito con mortadela con un jugo de piña.Arriba en el cerro , lugar indómito , donde llega la camanchaca para anunciar la precipitación, siento una bendita emoción en medio de caras, sentires y devoción por esta tradición iquiqueña.
Sonia Pereira Torrico
@Plumaiquiquena