Con 31 años, es admirable como el comandante de la corbeta Esmeralda priorizó el bien común en beneficio de la Patria y el Puerto iquiqueño. Arturo Prat, un chileno joven, bueno, sencillo, estudiaba, leía, no le daba la espalda a los problemas sociales de la época, enamorado a rabiar de su esposa Carmela y su familia. Arturo y Blanquita, sus hijos, él presentía junto a sus hombres que iba a morir ese 21 de mayo de 1879, que estaban en las manos de Dios.
Los peruanos disparaban de la costa. La Esmeralda se alejó, se le quemó una caldera, era una mosca pegada en la miel. Las posibilidades de hacerle daño al acorazado Huáscar fueron mínimas, sin embargo, la hidalguía de un soldado era no rendirse. «La contienda es desigual, nunca la bandera se ha arriado frente al enemigo…¡Viva Chile!. ¡Toque de zafarrancho de combate! fueron las últimas instrucciones del capitán. ¡Batería de babor…fuego! El último espolonazo del Huáscar partió al buque en dos, pero no el sentimiento de rendición. Esa bandera chilena nunca fue arriada, se tiñó de la sangre de marineros y del capitán, el cual no se doblegó frente al opresor y ese es el adn que llevamos todos los iquiqueños nacidos y bien criados.
La épica de Prat fue registrada en primeras planas de diarios en todo el mundo, registro colectivo a perpetuidad para testigos parapetados en los cerros y sobrevivientes del cisne hundido en el océano. La Batalla de Iquique se convirtió en un símbolo de heroísmo y sacrificio para Chile, mientras que el capitán Prat se convirtió en un ícono nacional y mundial. Actualmente en la Academia Naval de Japón, existe un monumento a quienes se considera los tres héroes máximos de todo el mundo: Almirante inglés, Horacio Nelson, Héroe de Trafalgar. Almirante japonés, Togo, Héroe Patrio de Tsushima y el Capitán Chileno, Arturo Prat Chacón, Héroe de Iquique.
Después de acaecido el enfrentamiento del 21 de mayo, las tropas peruanas dejaron el cuerpo de Arturo Prat, Ignacio Serrano y otro marinero desconocido en la calle para ser visto por todos los habitantes de la ciudad, por iniciativa propia el español Eduardo Llanos y Benigno Posadas le dieron cristiana sepultura. La ciudad de Iquique fue recuperada por tropas chilenas el 24 de noviembre del mismo año en que aconteció el Combate Naval de Iquique (1879), pero recién en 1881 se decidió trasladar los restos de los mártires a una fosa ubicada al costado de la parroquia de la ciudad. Durante la administración del presidente José Manuel Balmaceda, se decidió trasladar los restos de Prat, Serrano y Aldea a la ciudad de Valparaíso, donde recibieron honores en el Monumento de los Héroes de Iquique un 21 de mayo de 1888.
Los iquiqueños llevamos a Arturo Prat en el corazón, el 21 de mayo tiene un significado especial. Las calles de antaño se vestían de banderas chilenas, las tiendas con pequeñas corbetas en sus techos, se limpiaban los techos, se pintaban las fachadas y los colegios ensayaban con esmero el desfile escolar. Previamente, los establecimientos organizaban el diario mural y el acto cívico. El proscenio se decoraba como la tradición demandaba, los gorritos de marinero se multiplicaban por doquier entre los más pequeños, sumada la arenga aprendida de Prat y la clásica canción. “Patria mía venera en tu seno / las reliquias del héroe sin par / él es alma del pueblo chileno / él es astro de luz inmortal… «Padres, apoderados y alumnos de la escuela aplaudían sin medida, y el niño Arturo Prat, orgulloso de representar a nuestro héroe nacional y padre de la tierra local. Por otro lado , el mismo 21 de mayo, nos despertábamos felices a la 7 con el despunte del alba, con los 21 cañonazos, luego nos poníamos nuestra mejor pinta para ir a ver el desfile a la plaza 21 de Mayo, ergo corríamos apresurados al muelle para subirnos a una lancha o una goleta que nos trasladara a la boya y llegar antes de las 12:10, hora que se lanzaban las coronas de flores al agua, pitaban todas las embarcaciones y pasaban volando a ras los aviones de la FACH. Muchos regresaban a casa felices a compartir un rico almuerzo familiar, otros como mi hermano y yo , viajábamos felices por playa Cavancha recostados sobre los corchos, mirando el inexpugnable cielo iquiqueño, oyendo el canto de las gaviotas y sintiendo la bruma salina en nuestra cara y alma.
Sonia Pereira Torrico
Fotografía: Diego Jiménez