A mi abuelita Berta, le decían la coreana por sus ojos rasgados, herencia del padre y de los demás ancestros. Ausente fue ese padre, más no el cuidado de Rosa, la madre de los ojos almendrados que vivía en calle Serrano. Devota del té y el arroz, Bertita cantaba el Himno Chino en la Escuela 6, para después recibir un pan de leche como premio. A mí también me encanta el té, aunque le añado unas hojitas de hierba Luisa y Cedrón para el amor. También soy media achiná, aunque bailo igual la cueca chilena con mi traje de china floreado. El arroz lo pruebo hasta en los velorios, porque su sabor me alegra el corazón y la ‘cuerpá’ después de un matrimonio.
Cuando era niña, mi abuelita me llevó al matrimonio de su primo Carlitos, que trabajaba en el Ferrocarril, allá en El Colorado. La novia era re’ linda, se llamaba Anita, nívea como la espuma marina y con la voz cantadita. Yo era re chica, pero me acuerdo de todo, porque esperé a la Bertita, todo el santo día en el balcón del Morro, con el vestido puesto y los zapatos lustrados para ir a mi primera fiesta en el Club Chung- Hwa, ubicado en calle Serrano. Cuando perdí las esperanzas que llegara, apareció entre la camanchaca, la figura etérea de Bertita. El corazón se aceleraba a mil, toda vez por asistir a un evento tan importante. Llegamos como a las 8, los novios ya habían comprometido las alianzas frente al Cristo moribundo en la iglesia. Sólo restaba la fiesta, la algarabía, las bebidas, el vino, la comida y tirar la casa por la ventana. Iquique se convertía en esa boda, en tierra santa, el lugar de las oportunidades, el hogar y el eterno descanso. ¡Wow!, el Club Chung- Hwa era un hermoso palacio, con la luna pellizcando y con los muebles extraídos del cuento de La Cenicienta. ¿Les parece que hagamos un poquito de historia, para seguir con el relato?
En el Iquique de fines del siglo XIX y principios del XX se caracterizó por la presencia de las colonias extranjeras. Con el auge salitrero, Iquique atrapó y encantó a migrantes por la bonanza económica. Las colonias más numerosas eran la peruana, boliviana, italiana, española, británica, china, alemana, norteamericana y otras. Los chinos a diferencia de otras colonias, fueron tratados como esclavos en las covaderas. El Almirante Patricio Lynch, por ende, convenció a los chinos para que lucharan por Chile en la Guerra del Pacífico a cambio de su libertad. Los chinos, con su característico sentido de gratitud, propio del confucionismo, lo apodaron el Príncipe Rojo y se enrolaron voluntariamente en la tropa chilena. Chile ganó la guerra, de manera que a partir de entonces, las salitreras fueron un centro en el que se establecieron muchos chinos, quienes se dedicaron principalmente al comercio. El aporte cultural de los chinos es importante, el 10 de octubre de 1910 los chinos entregaron a la comunidad la Escuela Centenario N 6. Y la creación en 1932 del Club Deportivo Chung Hwa, que lamentablemente desapareció con los años.
El Club Deportivo Chung Hwa, integrado principalmente por jóvenes chinos, albergó en su sede a compatriotas dedicados al comercio en la pampa que fueron duramente afectados por la crisis salitrera. Bajo el alero del club, los miembros de la colonia china desarrollaron su propio equipo de básquetbol, transformándose en uno de los más populares de la región. Su cancha estaba al lado del Club social chino en calle Serrano.
Iquique tiene muchos puntos de encuentro con la colonia China. En cada esquina había un almacén o despacho atendido por un chino.Quién no recuerda al Chino Fam de clle Juan Martínez con Riquelme, por ejemplo.
Siguiendo con la historia, la boda en el Club Chung- Hwa a principio de los 80, era espectacular. Estaban todos los primos, la mesa de los invitados daba la vuelta, eran tantos y nadie podía quedar fuera. En la cabecera, había un lechón ardiendo, seguido de ensaladas con distintos colores más el arroz y las papas a la huancaína. Como cabra chica, quería jugar, el hambre podía esperar. Corríamos despavoridos jugando a la escondida, dábamos vuelta el salón principal y la cocina. Mientras trataba de atrapar a mi primo, en fracción de segundos, desviaba la vista hacia unos fondos, en el cual un cocinero chino daba vuelta enérgicamente con un cucharón. Imaginaba que era un hechicero, fabricando una pócima secreta. Brotaba humo en la superficie, y seguía con la idea que estaba en un castillo mágico. La noche se convirtió en día y sólo desperté de esta epifanía, cuando los claros de las seis, hacían su primera manifestación. Sentí un crujir en mi guatita, tenía hambre y nuevamente miré al hechicero. Él repartió fideos en unos platos. Nunca había visto tanta comida, tantos fideos como bocas hambrientas. Los grandes seguían bebiendo, comiendo y bailando.Yo seguía atrapada en un sueño de verano, que ocurrió en una casa que parecía un palacio y se llamó Club Chung- Hwa de la calle Serrano.
Sonia Pereira Torrico