Qué sería de la pampa sin la nostalgia.
Aquella novia blanca que ingresa por la ventana, que acaricia con la mirada, que envuelve los faroles e ilumina el gélido vals del alba. Qué sería de la pampa sin el mugir de hombres y mujeres por las oficinas del desierto, trabajando y amando bajo el sol artero. Qué sería de la pampa sin la historia, el riel de los sueños no trazaría el pincel invisible del viento entre la chusca tarapaqueña y la calamina inquieta, que se pliega como cortina oxidada por el tiempo y la camanchaca.
Carmencita Capetillo era sólo una niña, cuando vivía en plenitud la celebración de las fiestas patrias en la oficina Mapocho. Época del ocaso productivo del nitrato chileno y la industria chilena. La Primera Guerra Mundial hizo que los alemanes desarrollaran fertilizantes artificiales que acabaron con la industria salitrera de Chile.
Carmencita relata con el corazón en la mano, que las tradiciones estaban más vivas que nunca. En la década de los 40, las fiestas patrias se celebraban el día 17 , en el cual los trabajadores llevaban la bandera chilena , desplazándose a los diferentes sindicatos para realizar un vino de honor. Las Ramadas se inauguraban ese previo 17, los sindicatos y las familias se servían enjundiosas empanadas de pino, picante de conejo, de gallina, chancho y cordero al horno. De la cabeza de chancho, se preparaba el queso de cabeza y del cuero con los restos de cerdo, se cocinaba el arrollado de chancho. Con la sangre, se disfrutaban unas deliciosas prietas. El postre se engalanaba en la mesa con duraznos en conserva y abundante merengue. También se tomaba ponche con fruta, chicha de piña y chicha de maíz. La chicha se echaba en las chuicas de vino, más un clavo metálico con la finalidad de fermentar este brebaje ancestral. Había chilenos, bolivianos, peruanos y gente de los pueblos andinos, aplaudiendo la cueca y el vals peruano. En el teatro se efectuaba con solemnidad, la velada, donde una niña vestía de la República, es decir, se colocaba una bandera y recitaba con amor al Mes de la Patria. El 18 de septiembre, a las 8 de la mañana, la niña de Mapocho despertaba con la retreta y la banda del litro tocando el Himno de Yungay. También se escuchaba el estruendoso ruido de los «21 cañonazos». Luego al mediodía, las familias se preparaban con la mejor pinta desde el zapato hasta las cintitas en el pelo. Desfilaban en la Plaza de Armas, los colegios, y los trabajadores, más la banda del señor Bacián, el alma de la Fiestas Patrias; sobre sus hombros descansaba la responsabilidad de todo el acontecer patriótico. Después del desfile, a los niños los esperaban en el colegio con un refrescante y delicioso helado.
Las Filarmónicas no estaban exentas, eran un centro de reunión social; en ese lugar había música, cueca vals, tangos, polka y la mazurka. Allí se daban cita, los grupos musicales, estudiantinas u orquestas que permitían la entretención «bailable» a tanta juventud trabajadora. De los juegos populares, nadie se fatigaba y cansaba, por el contrario, las fuerzas se multiplicaban por doquier, para jugar al palo encebado, el huevo en la cuchara, los zancos o tarros de leche en los pies, la argolla para «achuntarle» al billete, el emboque, tirar la cuerda, la carrera de tres pies, el volantín de papel de seda, el cual se encumbraba en los cerros de ripio o tortas, toda vez que era un lugar más amplio y ancho. Sumado a que los más osados podían utilizar el hilo curado para derribar al contrincante más débil. Aparte de bailar una cueca o un valsesito sentido y apretadito, se escuchaba la música en la radio de la oficina. Sin embargo, se oía un poco difuso, por ende se escuchaba con mayor nitidez, la radio Continental de Arequipa y una radio argentina que llegaban por onda corta.
Cuando Carmencita cumplió los 7 años el 1 de agosto de 1949, emigró a otras oficinas como Iris, Kerima y Humberstone. En esta última, y por ser un pueblo más grande, desfilaban la Escuela 35, la Escuela San Mauricio de los sacerdotes de la Congregación Oblatos de María Inmaculada (OMI), la Brigada de Boys Scouts y los Carabineros de Pozo Almonte.
Entre los años 1943 y 1949, Carmencita vivía como una niña feliz en calle «Patricio Lynch» de Oficina Mapocho, ubicada entre el sector de Huara y Humberstone. Ella con su vestido blanco entrelazado con el viento y la chusca pampina, esperaba religiosamente a su papá todos los días, afuera de la casa esquina, lugar que se igualaba al mismo cielo porque papá llegaba de ese turno sacrificado, a abrazar a su ñina bonita. Ella esperaba con ansías la deliciosa y crujiente colisa de manteca de la panadería. En otra oportunidad, papá llegaba dichoso con un brazo de reina para su consentida, Carmencita, la niña nacida en la Oficina Mapocho.
Sonia Pereira Torrico